¿Qué está pasando con la carne roja y la carne procesada? y ¿Cuál es la relación entre seguridad alimentaria y estabilidad sociopolítica?
En este post me uno al debate provocado por el informe de la OMS sobre el controvertido tema de la vinculación de la carne procesada y carne roja como una causa de cáncer en las personas. La verdad, todo sea dicho, al margen de la polémica, el debate nace a partir de la evidencia de que el consumo de carne está aumentado de manera importante en todo el mundo. Y, yo me pregunto si es esto una buena o una mala noticia.
Desde el punto de vista en cómo se ha tratado este tema en los medios parece que la opinión pública está de acuerdo con la OMS en que “no” es una buena noticia para la salud, sea cuál sea la evidencia que se esgrime (más o menos limitada). Sin excepciones, casi todos las noticias coinciden en que un consumo limitado de carnes rojas “no viene mal” para la salud. Pero hay otra perspectiva que quería tratar en este post. Se refiere a la relacionada con la de la “seguridad alimentaria”, el precio de los alimentos y la estabilidad sociopolítica.
Avanzo desde ya, que el aumento del consumo de carne desde esta perspectiva no se ve tan negativa, pues puede significar mayor seguridad y menos inestabilidad. Y, este escenario, sin duda, es una buena noticia para el mundo en su conjunto y, por lo tanto, una noticia como ésta es bienvenida para muchas naciones y millones de seres humanos, que ven en el acceso a los alimentos, un futuro menos negro desde el punto de vista de la estabilidad sociopolítica.
Desde fines de los años ochenta, el precio de los cereales y de la carne habían caído o permanecía estable como consecuencia del avance tecnológico y otros factores que hicieron aumentar la oferta por encima de la demanda. Pero los episodios de crisis económica e inestabilidad geopolítica de 2007 y 2010 y, las proyecciones hasta 2025 y 2050 auguran un incremento de precios.
Este ejercicio de prospectiva interesa a muchos investigadores que tratan de conocer las causas, y sobre todo, evaluar la conexión entre los precios de los alimentos y las crisis civiles (guerras, levantamientos armados, etc). Si analizamos el aumento de precios de los alimentos en 2008 y 2010, observamos que influyeron, al menos, cinco factores: el crecimiento de la renta y de la población mundial, el aumento de la demanda de biodiesel, los problemas climáticos, el reciente desarrollo de un mercado de materias primas –commodities- (que genera especulación) y, por último, a la ejecución de políticas que restringen el comercio.
Con relación a las políticas económicas, los políticos con capacidad de influencia se han empeñado en incentivar el aumento de una oferta, que, en los últimos años, se ha visto frenada debido a la baja productividad de la industria, a una menor tasa en las inversiones en investigación agrícola y a un aumento del precio de la energía. Son varios los autores que han estudiado las relaciones que, de alguna forma mas o menos compleja, muestran como las demostraciones callejeras en muchos países (cerca de 70 países) y los fuertes disturbios acaecidos (21 países) entre 2006-2011 coinciden con un incremento de los precios de los alimentos y, como, cuando los precios caen, los disturbios se reducen y los conflictos civiles disminuyen. Sobre esta cuestión, Cullen, Hendrix and Henk-Jan Brinkman en Stability International Journal of Security & Development establecen evidencias causales y muestran las complejas interacciones entre seguridad alimentaria y conflictos.
También, respecto al cambio climático y sus efectos negativos en el crecimiento económico de los países encontramos abundante consenso científico sobre el tema. Además, de estos argumentos bastante conocidos sobre los problemas de la inseguridad alimentaria y su relación directa con miles y quizás millones de vidas (más importantes, sin duda, que los hábitos de consumo) me gustaría destacar un argumento que no siempre se le da la importancia debida, y, que tiene que ver con la mejora en la eficiencia a través de la reducción de la comida que se desperdicia en la cadena alimentaria y como se puede mejorar la capacidad de recuperación.
Esta pérdida de alimentos es relevante, no solo, por razones éticas y humanitarias, también porque las cifras son escandalosas, tanto en los países pobres donde la perdida se produce en la granja, el procesamiento y el transporte, como en los países ricos donde la pérdida se produce en la última etapa: en el plato de los consumidores, bien por ser muy estrictos en la eliminación de alimentos, bien porque se procesan y no se consumen.
Las cifras de desperdicio alimentario (que son bastante aproximadas) llegan al 20-30% en el caso de cereales, 40-50% en frutas, vegetales y pescado (véase las tablas abajo) y alrededor del 25% en carnes (esas mismas sobre las que la OMS alerta sobre su consumo) A nadie se le escapa que una mejora en la pérdida de alimentos (que, en principio, sería neutral desde el punto de vista de los recursos ambientales, pues básicamente, se trata de mejorar la eficiencia) redundaría, a largo plazo, en una mejora de la oferta. Lo que estabilizaría los precios y mejoraría la predictibilidad de la producción.
Justo es en el largo plazo, donde debemos poner el foco. Pues, sin duda, factores como el cambio climático y la escasez de la cantidad y la calidad del agua se sumarán al debate. Teniendo en cuenta la pérdida por desperdicio, los precios de alimentos, como los cereales y la carne, según se estima en distintos escenarios – (IMPACT Model) – subirán de forma importante. El incremento de precios hará disminuir el consumo de calorías lo que, como efecto indeseado provocará una caída de los ingresos de los consumidores mas pobres, quienes cada vez destinarán una mayor cantidad de renta a gastarla en alimentos, con la consiguiente reducción en el nivel de vida en los países pobres; pero la mala noticia para los países ricos es que el efecto de una mayor inestabilidad se incrementará hasta límites que no son fáciles de imaginar.
En este sentido, el estudio de la OMS persigue ,sin duda, un objetivo loable –la mejora de la salud- aunque, mucho me temo que sobre el tema elegido –los alimentos en general y la carne en especial- la situación es más compleja a la hora de “definir cómo aumentará nuestro bienestar”, en relación a lo que consumimos; y, a la forma, en que lo debemos consumir. Porque, sin duda, lo que consumimos afectará a la relación entre la oferta y demanda de alimentos, y, por supuesto, a la estabilidad socioeconómica.
Carpe Diem
Daniel Sotelsek
www.danielsotelsek.com