I would like to share with you some reflections about two topics: the learning advantages of writing, and the harmful effects when someone plagiarizes on the academic world. Hoping both of them may be interesting for students, teachers and tutors of GAIA Program, as well as for the friends who read patiently this blog.
En este post me gustaría compartir algunas reflexiones sobre dos cuestiones: las ventajas que proporciona escribir en el aprendizaje; y, cuáles son las consecuencias dañinas que ocurren cuando se recurre al plagio en la experiencia académica. Unos temas que espero sean de interés para estudiantes, profesores y tutores de GAIA Program, así como para los amigos que pacientemente siguen este blog.
Comencemos por la segunda cuestión. Los estudiantes recurren al plagio, lo sabemos desde hace tiempo y es una enfermedad extendida por las universidades de todo el mundo, independientemente de su fama. Copian los estudiantes de las universidades anglosajonas o europeas y copian en las titulaciones de humanidades, ciencias sociales o ciencias de la vida. Los estudiantes de hoy en día plagian y aparentemente, algunos sin mala fe no reparan en la gravedad del acto y el daño que causan.
Según la RAE, plagiar es copiar sustancialmente obras ajenas, dándolas como propias. En el plagio hay un componente de engaño que, en la enseñanza se agrava porque a la trampa se le añade su consecuencia: la falsificación de la nota que obtiene el estudiante. En el plagio hay beneficiados y perjudicados. Y, en nuestro caso, entre los perjudicados tenemos que contar con el profesor que evalúa el trabajo, los compañeros que respetan las reglas y la institución que acredita la calificación.
Sin margen para la duda, plagiar además de engañar a otros, es engañarse a uno mismo en tanto que la inmediatez e impunidad del acto provoca un irremediable debilitamiento ético del sujeto. Si el plagio es continuado ocurrirá que nuestro carácter -aquello que se define por cómo nos relacionamos con los demás- se deformará, de tal manera que seremos incapaces de pensar nuestras relaciones personales en términos de lealtad y compromiso mutuo.
Pero, ¿qué ocurre cuando un número significativo de estudiantes entienden el proceso de composición –la escritura- de un modo que se asemeja al plagio? El acceso libre en Internet a documentación sobre cualquier tema ha provocado cambios en los procesos de composición que, ahora, son más intertextuales.
En 1967, mucho antes de la aparición de Internet, Julia Kristeva fue la primera, que inspirada en las investigaciones de Bajtín, introduce el concepto de intertextualidad afirmando que “todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En el lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje se lee, por lo menos, como doble”. Con Internet, el uso de la intertextualidad en la escritura se acelera. La Red hace visible y accesible lo que antes quedaba oculto al escritor y lector ocasional: el carácter dialógico de todo discurso.
Siguiendo este razonamiento, con Internet, se consolida una lógica de comunicación donde no está claro quién es el emisor y quién el receptor porque importa menos quién elabora el mensaje en primer lugar. Y, además, la composición se convierte en un diálogo de textos, que si se hace mal se convierte, intencionalmente o no, en plagio.
Al igual que Internet facilita la composición intertextual, gracias a la tecnología los profesores disponemos de programas de software como Turnitin o Plagium que detectan el grado y la naturaleza del diálogo intertextual que un estudiante ha utilizado en su escritura.
Pero qué pasaría si pusiéramos a disposición de los estudiantes estas herramientas para que pudieran evitar el plagio cuando escriben. En este post, Stuart Wrigley se hace esta misma pregunta. ¿Es legítimo que los estudiantes nos pidan que les avisemos de en qué porcentaje el software detecta el texto como plagio para a posteriori, rehacerlo? ¿Podemos escribir plagiando y de-plagiando?
Como educador, la única respuesta sensata que se me ocurre es negarnos a convertir el algoritmo en el juez de lo que se considera plagio. El estudiante no puede aprender algo significativo de este modo, y como dice el refrán inglés two wrongs don’t make a right (dos errores no hacen un acierto).
Ahora bien, y aquí introduzco la reflexión sobre los méritos de la buena escritura con la que titulo este post, mientras no cambiemos el proceso de composición de textos, el conflicto persiste y se agrava porque ambos –profesor y estudiante- pensamos lo mismo sobre la utilidad de los textos: se piden y se escriben con el objetivo de evaluar, y lamentablemente, la coincidencia es plena.
Así, si nuestro objetivo exclusivo es evaluar, no nos debe sorprender que los estudiantes cuando escriben caigan en la tentación de embellecer las ideas que han pensado durante la experiencia de aprendizaje recurriendo, en el mejor de los casos a la intertextualización y posterior edición o, en el peor al copia-pega descarado.
Creo que el aprendizaje efectivo se produce cuando les pedimos a lo estudiantes que escriban para pensar; no exclusivamente para ser evaluados. El aprendizaje efectivo se da en entornos que facilitan interacciones que, no necesariamente, tienen que dirigirse y terminar en un entregable. De ese modo, el aprendizaje fluye y se convierte en una conversación continua y muchas veces inacabada. Y, lo que es más importante en una conversación auténtica con uno mismo, con nuestros compañeros –peer to peer- y en una modalidad de colaboración en comunidad.
Si orientamos la actividad de elaborar un texto con el objetivo principal de lograr un aprendizaje efectivo, escribir no puede ser un proceso lleno de requerimientos formales, que puede llegar a bloquear la capacidad de pensar en ideas genuinas.
Como educadores necesitamos repensar la tarea de escribir. Volviendo al artículo de Stuart Wrigley una posibilidad original puede ser recurrir a la escritura a mano. Recuperar –algunos comenzar- la técnica de enfrentarnos a un papel en blanco y escribir a mano.
Estudios científicos avalan que la escritura manuscrita aporta múltiples ventajas al desarrollo cerebral y a nuestro proceso de aprendizaje, ayuda a formar nuestro carácter y nos exige prestar mayor atención, combinando habilidades visuales y táctiles. Además, la escritura a mano nos puede ayudar a liberarnos de la presión de tener que escribir para demostrar.
La escritura nos hace menos proclives a reproducir exactamente lo escrito por otros, por lo que quizás sea una buena idea escribir y entregar algún que otro trabajo de puño y letra de vez en cuando.
Daniel Sotelsek